Cada vez más investigaciones están sugiriendo que no solo la cantidad de ácidos grasos omega-3 es un importante factor de prevención para el corazón, sino también su proporción respecto a los acidos grasos omega-6.
¿En qué se diferencian los omega-3 y omega-6?
Hay 2 familias de ácidos grasos poliinsaturados (AGPI): la familia omega-3 y la omega-6. La primera deriva del ácido alfa-linolénico y la segunda del ácido linoleico. Tanto el ácido linoleico como el ácido alfa-linolénico son ácidos grasos esenciales, es decir no pueden ser sintetizados por el organismo y deben ser aportados a través de la dieta.
Ambas familias de AGPI tienen un papel fundamental en múltiples funciones de nuestro organismo: protección de enfermedades como las cardiovasculares, diabetes, cáncer, intervienen también en los procesos inflamatorios, regulan el sistema inmunológico, y en el desarrollo y funcionamiento de nuestro sistema nervioso.
Si los dos benefician nuestra salud ¿cuál es el problema?
Para contestar esa pregunta, quizás deberíamos hacernos otra previamente. ¿De que alimentos obtenemos los AGPI omega 3 y 6?
Los omega-3 los obtenemos a través de pescados como el salmón, atún o sardinas, de los frutos secos como las nueces, las semillas de lino o el aceite de canola entre otros.
Actualmente la principal fuente de alimentos a partir de los cuales obtenemos omega-6 son determinados aceites vegetales como los de maíz, girasol, soja y cárcamo, pero sobre todo de alimentos elaborados en los que se usan estos aceites, como margarinas, aderezos para ensaladas, productos horneados y aperitivos procesados.
Se considera que una proporción entre omega-6 y omega-3 que no sobrepase la relación 4:1 no debe afectar a nuestra salud. Sin embargo, en estudios realizados sobre nuestros hábitos alimentarios (incluidos comedores escolares), se han llegado a encontrar relaciones de hasta 40:1.
¿Afecta a nuestra salud este desequilibrio?
Aunque sobre la probabilidad de padecer una determinada enfermedad influyen muchos factores como los genéticos o los hábitos en el estilo de vida, la dieta también, es un factor para tener en cuenta y ya son diversos los estudios que demuestran la evidencia que esta desproporción actual entre omega-3 y 6, además de indicar un empobrecimiento de nuestra alimentación, aumenta los procesos inflamatorios en nuestro cuerpo, la probabilidad de padecer cáncer, asma o artritis reumatoide, entre otros problemas de salud crónica.
También se ha vinculado esta desproporción al mayor riesgo de padecer depresión y pérdida de masa osea.
No debemos olvidar tampoco la gran influencia que puede tener esta situación en los más jóvenes, pues puede llegar a afectar al desarrollo del sistema nervioso y visual.
¿Qué debemos hacer?
Introduciendo en nuestra alimentación alimentos ricos en omega-3 en detrimento de productos elaborados que contengan altas cantidades de omega-6. El recorte en nuestra alimentación de alimentos como las patatas fritas y similares, aperitivos elaborados, galletas y bollería industrial o margarinas hará que la relación sea más saludable.
Junto a esto, debemos aumentar el consumo de ácidos grasos monoinsaturados (aceite de oliva o sésamo, por ejemplo), que tienen niveles bajos de omega-6 y poseen un efecto más beneficioso sobre el nivel de colesterol en sangre que los AGPI.
En resumen.
Si en nuestra alimentación diaria ponemos un determinado énfasis en consumir verduras, frutas, frutos secos ,legumbres y una cantidad moderada de pescados intentando reducir lo máximo posible productos procesados y de comida rápido, conseguiremos mantener una proporción equilibrada entre la ingesta de AGPI omega3 y 6 sin necesidad de recurrir a productos que suplementen estos desequilibrios.