Precauciones al viajar: mal de altura o de montaña.

Según va aumentando la altitud, la presión parcial de oxigeno va disminuyendo en el ambiente debido a la disminución de la presión barométrica. Nuestro cuerpo tiene una capacidad para adaptarse a esta situación que debemos respetar para no someterlo al estrés hipóxico (por falta de oxigeno) y sus consecuencias.


A una altura de 2.500 metros, la presión parcial de oxigeno disminuye un 26% en relación a la existente a nivel del mar y a una altura de 4.000 metros esta disminución es del 41%. Esto supone un importante estrés para el organismo que requiere al menos unos cuantos días para aclimatarse. 

Esta capacidad de aclimatación puede verse limitada ante la presencia de determinadas enfermedades, especialmente la patología pulmonar. La clave para la aclimatación consiste en incrementar la ventilación, lo cual supone un aumento del oxígeno alveolar. Este proceso comienza al alcanzarse los 1.500 metros de altitud. A pesar de conseguirse una correcta aclimatación, sigue existiendo dificultad en el ejercicio aeróbico y los viajeros pueden seguir experimentando problemas de sueño.

La susceptibilidad a la altura es fundamentalmente de origen genético, pero las ascensiones rápidas y la altitud a la que se duerma son importantes factores desencadenantes. La edad, el sexo y la condición física tienen poca influencia.

El mal de altura puede ocurrir tras pasar entre 1-12 horas a mucha altitud. Se caracteriza por la aparición de cefalea, seguida de anorexia, náuseas, insomnio, fatiga y lasitud. Los síntomas suelen remitir espontáneamente en 24-48 horas y mejoran con oxígeno, analgésicos o antieméticos.

Una prevención eficaz para el mal de altura es utilizar una dosis total diaria de 5 mg/kg de acetazolamida distribuida en varias dosis. Se comienza un día antes de desplazarse a altitudes elevadas y se continúa durante los dos primeros días en los que se permanezca en altura. La acetazolamida no debe ser utilizada en personas con historia de alergia a sulfonamidas.

Los viajes a altitudes elevadas sólo están contraindicados en algunas enfermedades. Entre las más frecuentes se incluyen la angina inestable, la hipertensión pulmonar, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) grave y la anemia falciforme. Los pacientes con enfermedad coronaria estable, hipertensión, diabetes, asma o EPOC leve, así como las mujeres embarazadas, suelen tolerar bien la altitud, aunque pueden necesitar un seguimiento estrecho de su enfermedad.